En 1786, Johann Wolfgang von Goethe acaricia las hojas de una palmera del Jardín Botánico de Padua y le escribe a su amada Charlotte von Stein: “No puedo decirte lo legible que se está volviendo para mí el libro de la naturaleza; mis largos esfuerzos por descifrarlo, letra a letra, me han sido de gran ayuda; ahora, de repente, todo está dando resultados y mi serena alegría es inexpresable”. Cita que abre el libro La metamorfosis de las plantas.
Una noche de 1940, Vita Sackville-West –la mujer que inspiró esa carta de amor que es el Orlando de Virginia Wolf– pasea por jardines del castillo de Sissinghurst mientras surcan el cielo los aviones alemanes dirigiéndose hacia Londres. Ahí empieza a escribir su poema The garden: “Los pequeños placeres deben corregir las grandes tragedias. / Por eso, con audacia, hablaré de jardines en tiempos de “guerra…”.
“¿Has oído caer el Imperio? No, nada ha turbado el reposo de estos lugares”, escribe François-René de Chateaubriand en 1817, despidiéndose de su modesta villa en Vallé-aux-Loups, donde durante diez años se ha mantenido alejado de la furia de Napoleón Bonaparte –al que llamó “tirano” en un artículo–, escribiendo y, sobre todo, plantando árboles que le recuerdan sus viajes por el mundo.
Las historias de Vita y Chateubriand las hemos leído en Un pequeño mundo, un mundo perfecto, de Marco Martella. También la de Herman Hesse, retirado en el pequeño pueblo suizo de Montagnola, dedicándose a cultivar su huerto y pensando en la literatura como algo que no tiene el poder de “contrarrestar las fuerzas aparentemente invencibles que pesan sobre el individuo pero sí proteger el margen de humanidad que persiste y resiste en nosotros”.
Con esa idea nos quedamos. Parece haber cada vez menos espacio en el mundo para los jardines y menos tiempo para cultivarlos, así que nos vamos a aferrar a los libros para nutrirnos y resistir las tormentas. Y el repunte lector que observamos en este tiempo pandémico nos hace pensar que no estamos solos en esto.
Es posible que leer es lo más parecido que nos quede a esa vibración plácida que describen todos esos autores y que hay quien puede llamar felicidad a secas.
Si los libros son las plantas, el jardín es tu biblioteca y tu cabecita lectora y nosotros somos el vivero.
Eso por alargar un poco el símil vegetal, que tampoco hacía falta.
Lo define mejor Vita en ese poema, refiriéndose al jardín y nosotros decimos que por qué no a un buen libro. “En un tiempo ciego, una pequeña lechuza que ve en las tinieblas”.
Tienes esos dos libros y otro buen puñado más en esa selección del año que hemos llamado Lecturas Nutritivas. Historias del mundo real que nos sirven de abono para seguir creciendo.