Infantil y Juvenil

¡Que vivan los monstruos! Oda a los villanos de cuento

¿Qué sería de los tres cerditos sin el lobo soplador? Hay un malo para cada conflicto. Hacemos un repaso por los villanos más villanos de los cuentos infantiles.

Mercedes Brugarolas

Nos gustan los malos de los cuentos. A mayores y pequeños nos atraen esos personajes oscuros, con malas intenciones y de físico peculiar que nos mantienen alerta desde que aparecen en la historia. El pequeño lector sabe que están ahí, esperando su momento – la envidiosa madrastra, el hambriento lobo, el avaro enano o el suspicaz troll– y se siente fascinado por sus acciones. 

Pero no hay nada que temer. Los lectores saben de qué lado ponerse. Los cuentos bien resueltos no dejan lugar a dudas sobre dónde está el bien y dónde se esconde el mal y los niños y niñas saben en qué bando están. ¿Qué sería de los tres cerditos sin el lobo soplador? ¿Y de Caperucita? ¿Qué tensión habría en Blancanieves sin la madrastra? ¿O en la aventura de Juan en busca de las habichuelas mágicas, sin un ogro acechando? No hay duda de que son un elemento imprescindible en las tramas, ya que aporta tensión al argumento.

No hace falta recordar que estos malos malísimos cumplen su papel de antagonista con una clara función simbólica. No se está narrando en un plano real y verosímil, sino que se está armando poco a poco un mundo entre lo auténtico y lo inventado en el que presentar a los pequeños lectores comportamientos positivos y negativos que se van a encontrar a lo largo de la vida. En definitiva, la ficción les ayuda a aprender a vivir. La aparición del villano sintetiza y concentra una buena diversidad de males y apunta lo que hay que combatir. Digamos que hay un malo para cada conflicto.

Y es que hay que reconocer que la maldad es importante, por eso apartar todo lo que nos incomode o eliminarlo de la vista de la infancia supone privarles de un aprendizaje vital que encuentra un lugar adecuado en el mundo de la fantasía, donde se pueden enfrentar a las sombras y peligros con la distancia que necesita la mente infantil para procesarlos. Al “lavarlos”, los relatos se vuelven planos, pierden una calidad literaria que no se puede dar en las historias con moraleja explícita, libros receta que abandonan ese mundo simbólico, rico y sugerente, por un camino fácil y con poquita imaginación.

Así pues, ¡que vivan los monstruos!

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