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Selección corsaria 2017: Narrativa

Como cada final de año, nos da por hacer un resumen de los libros que te hemos recomendado en nuestra newsletter semanal: aquí tienes la lista con los ciento y pico títulos seleccionados de 2017. Como no queríamos ofrecerte la lista pelada, aquí tienes lo que escribimos en su momento sobre cada uno de los libros. Aquí van los de narrativa. Si quieres echar un vistazo, también hemos publicado un post con los de ensayo, poesía y cómic e infantil y juvenil. Y recuerda que puedes suscribirte a la newsletter en el formulario del lateral de esta misma página. Échale un vistazo aquí al trabajo que hacemos cada semana, esto es solo un pequeño resumen. Ahí va la lista.

Solenoide. Mircea Cărtărescu. Impedimenta

Solenoide se nos presenta como la novela sobre la que pivota toda la obra de Mircea Cărtărescu, la que contiene todas las claves de un universo que la editorial Impedimenta ha ido publicando en los últimos años. Ensayo, memorias, narraciones cortas y extensas… las obsesiones del considerado como más importante escritor rumano contemporáneo. Cărtărescu nos expone aquí las memorias de un escritor frustrado, profesor de rumano en un instituto de barrio, en una Bucarest fantasmal en pleno paso entre el comunismo y el capitalismo. Su historia tal y como la piensa él, mezclada tal y como se la revelan unas vívidas alucinaciones que dotan a la novela de un aire reconcentrado e irreal. Un solenoide es un mecanismo que crea un fuerte y estable campo magnético interior, y sobre ese concepto de potencia que se consume a sí misma gravita la narrativa de Cărtărescu en este libro. Traducido por Marian Ochoa de Eribe.

Carter. Ted Lewis. Sajalín

Bueno, pues ya tenemos aquí una novela negra para recomendar a todos aquellos que prefieren la negrura al misterio, la escasez a la abundancia voluminosa, el expresionismo al puntillismo, el alma oscura de los personajes al costumbrismo aplicado. A Hammett frente a Chandler, si nos apuran. Carter, de Ted Lewis, es lo mejor del género que hemos leído en mucho tiempo porque es pura novela negra: hay violencia, fatiga, locura, tensión, sadismo, tabús, un orgullo desmedido, traición, miradas que matan y muerte por todas partes. Hay un status quo y un tipo que quiere romperlo: sabe que no va a sacar nada positivo de ahí, pero es su manera de hacer las cosas. Reputación y venganza: los códigos del hampa.

Sajalín ha elegido una portada icónica con un Michael Caine –tomada de la película Get Carter (Mike Hodges, 1971)–, que expresa a la perfección cómo es ese matón que regresa a un pueblo industrial de las afueras de Manchester para vengar la muerte de su hermano, un modelo de comportamiento. Lewis la escribió en el 70 y lo hizo bajo esa teoría que dice que menos es más: los diálogos, las descripciones, el esqueleto de la trama… todo transpira un aire definitivo, todo parece transcurrir en segundo plano, dentro de la mente de los personajes: todo el mundo calcula sus posibilidades, todos callan lo más posible, nadie muestra sus cartas. Es la diferencia entre vivir y morir, y Lewis te la hace sentir en cada palabra. Narrada en primera persona, hay en esa prosa algo de la tragedia clásica: todos –incluido el protagonista– sabemos cómo va a terminar eso, para bien o para mal (todos sabemos que las buenas novelas negras siempre acaban mal). El narrador parece estar viendo todo desde algún lugar elevado y adelantado en el tiempo. Y lo cuenta sin emoción, quedándose solo con el hueso, con lo que importa. Ahora ya sabemos de dónde viene David Peace, el autor del Red Riding Cuartet. Con excelente traducción de Damià Alou.

La vegetariana. Han Kang. Rata Editorial

Premio Man Booker Internacional el año pasado, la editorial :Rata acaba de publicar La vegetariana, de Han Kang, con traducción directa del coreano de Sunme Yoon y todo el mimo posible para hacer llegar al lector la obra de una escritora totalmente desconocida en nuestro país. Durante un rato, parece que la novela se asienta en el género fantástico: una mujer que vive una vida anodina como ama de casa se transforma completamente cuando decide dejar de comer carne. Esa ruptura con lo que se supone que debe hacer –cuidar a su marido, aceptar las normas– desencadena procesos mentales, oníricos y trágicos que conducen a la narración hacia su desenlace. La vegetariana deja poso por varios motivos. Por su contenido, la radicalidad de alguien que quiere borrarse de la raza humana y convertirse en planta, no contribuir a una violencia que siente de manera explícita a cada momento. El cuerpo como último reducto de la independencia, del empuje asfixiante por controlar, estabular. Como si aquel “De mi piel pa’dentro mando yo”, que recitaba Ajo, no hubiera existido. “Si no comes carne, todo el mundo te devorará”, le dice su madre a la protagonista. Más allá de una lectura local, con Corea como lugar abonado al capitalismo más salvaje, la novela aprieta en un tipo de horror que nos es común a todos.

Articulada en tres actos, como todas las tragedias, Kang utiliza unas estrategias narrativas sutiles que convierten sus estilo en algo poderoso: la protagonista nunca tiene voz propia, siempre es narrada por los demás desde el sometimiento, el deseo o la venganza. Una superficie suave para un fondo turbio: la sencillez de su prosa, su agilidad, deja entrever las turbulencias de unas experiencias personales destrozadas y sin referentes. El estilo de Kang se convierte en metáfora de lo que quiere contar, lo salvaje que se esconde bajo capa de hipocresía y sumisión. Una gran novela.

4 3 2 1. Paul Auster. Seix Barral

4 3 2 1 es lo nuevo de Paul Auster después de siete años sin publicar una novela y de algunos últimos títulos que vivían bastante de las rentas. El tocho tiene casi mil páginas y nos ha dado tiempo a leer la mitad. Las cien primeras tienen un tono muy Richard Ford, poniendo sobre el tapete las andanzas de una familia judía que llegó a la isla de Ellis en 1900. Y a partir de ahí empieza a jugar al estilo Auster, el que abre posibilidades, el de las combinaciones: la premisa son las cuatro vidas posibles de Ferguson, un protagonista de tercera generación. Una vez más, el meollo del asunto es el destino, el azar. Las críticas americanas son excelentes y también las que empiezan a aparecer aquí. Nosotros tenemos que terminarlo, pero por lo que llevamos leído, si eres lector de Auster, te va a gustar.

En el silencio. Wade Davis. Pre-Textos

Los libros del explorador, antropólogo y botánico Wade Davis son toda una aventura, y es una gran noticia que la editorial Pre-Textos siga editándolos de una manera tan cuidada. Esas pastas duras, esos volúmenes rotundos, transmiten el carácter épico que Davis sabe imprimirle a sus historias. Hace un año recomendamos En el río y ahora llega En el silencio, la crónica de la escalada al Everest de George Mallory y Sandy Irvine en 1924. Davis se muestra aquí capaz de dos cosas: relatar la aventura humana, el carácter de esos hombres que no encontraban obstáculos, y envolverlo con un contexto histórico revelador. El imperialismo británico y su afán por descubrir, medir, catalogar y explotar; el fin de la Primera Guerra Mundial y su enorme impacto sobre la sociedad en todos los órdenes. Aquellas aventuras alpinas eran vistas como un paso hacia adelante después de todo el horror de las trincheras. Y, lo que más le interesa a Davis, hombres frente a la naturaleza y su manera de entenderse con ella.

Tango satánico. Laszlo Krasznahorkai. Acantilado

“No puedo evitarlo, estoy enamorado de las personalidades, de los personajes. De los verdaderos, no de la mierda plástica. Sin personajes, la vida sería una cagada tremenda”, decía, en el último número de la revista Sofilm, Béla Tarr, uno de esos cineastas contemporáneos a contracorriente e imprescindibles. Tarr rodó en 1994 Sátántangó –con una duración de siete horas y doce minutos– y nuestro libro de la semana es la novela en la que está basada, Tango satánico, escrita a mediados de los ochenta por Lászlo Krasznahorkai –coetáneo, compatriota y colaborador del cineasta húngaro– y traducida para Acantilado por Adan Kovacsics. Seguramente, Tarr se enamoró del personaje de Irimiás tanto como cualquiera que lea los primeros capítulos del libro. Irimiás aparece como una especie de Godot para recobrar la esperanza en una vieja granja colectiva abandonada en los últimos coletazos del régimen comunista húngaro. Reaparece como un resucitado al comienzo de un otoño, cuando todo parece estar llegando a su fin. Y ya se queda para siempre con nosotros.

Irimiás ha sido dado por muerto, pero realmente había estado apartado, junto a Petrina, “de los cauces normales de la vida por culpa de una discrepancia estúpida que ni siquiera merecía mencionarse; su postura anterior, que podía calificarse de poco seria, ha madurado y se ha convertido en un convencimiento decidido, de modo que ahora, si se da el caso, pueden ofrecer con asombrosa seguridad, sin titubeos ni torturantes convulsiones internas la respuesta correcta a las preguntas que se les planteen y que esencialmente pueden resumirse bajo el concepto de idea dominante”. La prosa de Krasznahorkai es rica, jugosa, descriptiva y reveladora, contradictoria, ambigua, acogedora de voces sueltas, te envuelve y cuando te das cuenta estás atrapado en las vidas de esos personajes como sacados de una gran farsa y que, sin embargo, conservan toda una humanidad llena de múltiples aristas. Tan absorbente como la experiencia de ver la película de Tarr. Acantilado ha publicado gran parte de la obra del escritor húngaro, desde Melancolía de la resistencia.

Los golpes. Jean Meckert. Las Afueras

Nos ha cautivado la prosa despojada y la cadencia de Jean Meckert en Los golpes, la primera novela de este autor francés, publicada en 1941, y que supone también el lanzamiento de la editorial Las Afueras. Meckert hizo eso tan literario de “desempeñar los más diversos oficios”, empezó a escribir relatos y pequeñas obras de teatro en los años treinta, luchó en la Segunda Guerra Mundial y a partir de ahí ya no pararía de escribir. En los cincuenta triunfó con una serie de novelas negras publicadas bajo el seudónimo de John (o Jean) Amila.

Los golpes es bien negra también, porque contiene una violencia soterrada a la que pone en primer plano con una escritura dura, sin rodeos, la expresión del alma solitaria y rebelde de su personaje, Félix, que narra en primera persona una oscura historia de amor. “Esa jodida primavera había despertado en mí mucho malestar, por Dios. Tenía más que suficiente conmigo, estaba harto de mí mismo, me conocía de cabo a rabo. Presentía que me tocaría luchar de nuevo con los otros y que quedaría por el camino, como siempre, porque nunca lograba progresar en ese oficio”, escribe. Meckert alterna la descripción neutra de los hechos con frases que definen las situaciones, los personajes y las situaciones como de un brochazo repentino, un brochazo fino, certero. De fondo, la violencia estructural de las relaciones laborales, la imposibilidad del ascenso social, la vidas abocadas a la tristeza en una gran ciudad de los años treinta. Traducida por Javier Bassas Vila. Si te gusta John Fante, lee a Meckert.

El cuento de la criada. Margaret Atwood. Salamandra

La reedición por Salamandra de El cuento de la criada, de Margaret Atwood, llega justo a tiempo para el estreno en HBO de una serie basada en este libro, una despiadada distopía donde la mujer ha sido totalmente sometida al poder masculino en un Estado totalitario. Su nueva vida –con traducción de Elsa Mateo Blanco– nos ofrece una inquietante gama de juegos temporales: Atwood la escribió a principios de los años ochenta, la sitúa en un futuro donde un gobierno teocrático ha suprimido la libertad de prensa y los derechos de las mujeres, y hoy mismo comprobamos como el debate sobre el machismo estructural no está ni mucho menos cerrado.

Por si fuera poco, ese gobierno tiránico basa sus decisiones en conseguir seguridad a cambio de perder libertad. Algo me suena. Han pasado más de treinta años y cabría preguntarse hasta qué punto seguimos en el camino trazado por Atwood hace treinta años, si su futuro no es cada vez más parecido a nuestro presente. Ya veremos qué tal está la serie, pero el libro es un clásico que se devora y te deja tocado. Y el tema no se agota: el tebeo Bitch Planet, de Kelly DeConnick y Valentine De Landro, plantea otra distopía –totalmente pulp en este caso– donde las mujeres no sumisas son enviadas a un planeta carcelario. Atwood pasada por Despentes. También muy recomendable.

Parpadeo. Theodore Roszak. Pálido Fuego

“El arte civiliza. Sin estética, no hay ética. No hay un solo problema político que no pueda zanjarse con una buena dosis de buen gusto. En todo caso, Jonny, no tienes que hablar mal del cine. Le debes mucho, igual hasta la vida”, dice Clare, la crítica de cine que protagoniza Parpadeo, la novela de Theodore Roszak que acaba de publicar Pálido Fuego con traducción de José Luis Amores. Un libro poderoso, un tratado sobre cine y sobre la importancia que las imágenes y las narraciones tienen en nuestras vidas, todo ello enmascarado bajo la apariencia –ya desde la cubierta– y la estructura de un bestseller con sus templarios y todo. Se lee así, con ganas de seguir para saber qué pasa, y se termina con unas ganas locas de irte al cine, de cerrar la persiana de casa y ponerte a ver películas antiguas.

Argumentalmente, la historia sigue el camino de un joven investigador norteamericano que se obsesiona con las películas de Max Castle, uno de aquellos directores alemanes que llegaron a Hollywood huyendo del nazismo. Hay un aroma a conspiración: Castle fue un director de serie Z, denigrado por el sistema de estudios, y sus aparentemente consumibles películas de horror contenían imágenes subliminales dirigidas a insertar determinadas creencias en torno a la sexualidad. Impuro, enfermizo, obsceno, eran calificativos que se empleaban para definirle. ¿Para quién trabajaba Castle? ¿Qué pretendía conseguir? ¿Cómo se las arreglaba para aprovechar la ilusión de movimiento de la imagen fija para abducir al espectador y hacerle sufrir el mal en estado puro?

Roszak imita en cierta manera a su personaje Castle: te dice, mira, una novela con conspiración, rosacruces y sectas malignas. Lee, disfruta. Y de rondón, cuela un ensayo magnífico sobre la responsabilidad del arte, la contracultura –él fue el primer académico que utilizó este término–, el abismo que separa la cultura cinematográfica americana y la europea, de cómo arte y mercado siguen caminos irreconciliables, sobre cómo en la crítica de cine nunca es tenido en cuenta el carácter colectivo de la creación. Una exaltación del rigor intelectual y el conocimiento para poder discernir lo vacío de lo sustancioso, lo superfluo de lo genial. Parpadeo está lleno de páginas memorables sobre el séptimo arte, de libertad creativa para saltar entre realidad y ficción, y Roszak tiene la delicadeza de no cargar las tintas en el misterio que sostiene la historia. Al fin y al cabo, está jugando con nosotros, jugando a inyectarnos una nueva dosis del virus del cine mientras parpadeamos leyendo.

Tranvía 83. Fiston Mwanza Mujila. Pepitas de Calabaza

“Regla número 67: los más poderosos aplastan a los poderosos, los poderosos defecan en la boca de los débiles, los débiles secuestran a los más débiles, los más débiles se rematan entre ellos, se van al carajo”. Una frase que define el espíritu de Tranvía 83, de Fiston Mwanza Mujila, editado por Pepitas de Calabaza con traducción de Rubén Martín Giráldez. El título viene de un garito de Ciudad-País, una capital africana de la era poscolonial. El Tranvía es antro oscuro donde confluyen todos los personajes: estudiantes en huelga, turistas con ánimo de lucro en las minas de diamantes, cavadores, estafadores, prostitutas de edades indefinidas, rebeldes de la próxima emancipación, vendedores de ataúdes de segunda mano. Y Requiem y Lucien. Requiem es un conseguidor, el hombre que flota durante la miseria y que está a cuatro años de alcanzar la esperanza de vida del país, los cuarenta. Lucien, un escritor atascado que intenta escribir una obra de teatro para los escenarios parisinos, el que recibe la repugna de todo el mundo por dedicarse a escribir y no a trabajar.

Tranvía 83 es un ejercicio de quitarle todas las capas de ocultación a la realidad y mostrar la carne, el hueso, de las relaciones de poder en el África contemporánea. La esquilmación, la miseria, la lucha constante por la supervivencia, al minuto. Un sentido despiadado de la convivencia donde el Kurtz de El corazón de las tinieblas resuena como una lejana fantasía. Fiston Mwanza escribe con esa misma urgencia, plasmando esa sensación de promiscuidad vital en la que todo se destruye y se crea en cada instante. Un libro que es una cacofonía de voces, de imprecaciones, de deseos, de mentiras, frases que se entrelazan, intenciones que se ocultan, todo rápido, todo al grano. Lo han comparado con una pieza de Coltrane. Nos parece bien. “En el principio fue la piedra y la piedra originó la fiebre, y con la fiebre llegaron hombres de rostros diversos que construyeron vías férreas en la roca, fabricaron una vida de vino de palma, inventaron un sistema, entre minas y mercancías”. Es una experiencia literaria de primer orden de la que no se sale impune.

Persiguiendo a Cacciato. Tim O’Brien. Contra

Desertor. Parece que pesa una maldición sobre esa palabra, el estigma creado para que a nadie se le ocurra marcharse del campo de batalla o del cuartel sin que le amenace su negra sombra. Mucha literatura pacifista se centró en esa figura, poniendo sobre la mesa la idea de que, como el preso de la cárcel, la primera obligación del soldado forzoso es intentar desertar. El soldado Cacciato deserta de Vietnam, y no lo hace de cualquier manera: una tarde de octubre de 1968 se marcha de Quang Ngai para dirigirse a París, a trece mil kilómetros de distancia. Un pelotón, en el que viaja el especialista de cuarta clase Paul Berlin, intenta darle caza atravesando países y situaciones.

Tim O’Brien publicó Persiguiendo a Cacciato en 1978 y ganó el National Book Award. Hay quien la considera la mejor novela sobre esa guerra sangrienta llena de jungla, excesos, barro y sinsentido. El autor parte de sus propias experiencias como soldado raso y consigue aportar un toque muy personal y directo: la naturaleza amenazante, el miedo, la sensación de locura, las masacres, la arbitrariedad. Y la imaginación como antídoto contra todo eso. Porque si no puede desertar, quizá la primera obligación del soldado forzoso es imaginar que deserta.

Manifiesto Redneck. Jim Goad. Dirty Works

“Las mentes satisfechas no empiezan peleas”, escribe Jim Goad en Manifiesto Redneck, el libro que tiene a su editor, Javier Lucini, con el rifle de la incorrección bien cargado. Goad escribe también: “Mi odio tiene la dureza del diamante… es el aire que respiro, impregna cada célula de mi cuerpo… y es mil veces más poderoso que todas vuestras buenas intenciones”. Goad es eso que se suele llamar basura blanca, redneck (nuca roja, insulto alusivo a su origen campesino) o hillbillie (un pobre cualquiera de las colinas, del campo) y tiene una tesis: mientras en Estados Unidos el foco de la igualdad y la corrección se ha colocado en el tema de la raza, se ha pasado por alto el asunto de la marginación por clase social. Goat escribe con un mazo más que con una pluma: no hace prisioneros y se aleja de la corrección con cada página. Habla con orgullo de clase e intenta desmontar todos los tópicos que se han ido erigiendo en torno a los suyos tanto en la cultura popular como en los medios de comunicación. Parece decirte: te voy a contar cómo somos los rednecks, si nos vas a odiar, hazlo con conocimiento de causa. Escrito hace veinte años, traducido por Lucini y olor a whisky casero.

Morir en California. Newton Thornburg. Sajalín

Morir en California empieza con un puñetazo en plena cara. Un puñetazo dado con una manaza grande, nudosa y encallecida de granjero del Medio Oeste norteamericano. David Hook está enterrando a su hijo en un cementerio pegado a su granja de Illinois, un joven con toda la vida por delante cuyo cuerpo ha ido a buscar hasta la californiana Santa Bárbara. Solo ese capítulo valdría por todo un libro: el dolor de la separación, los ritos del dolor, el encaje en la comunidad local, la incapacidad para creer lo que te está pasando, la imposibilidad de vivir como si nada hubiera pasado. Newton Thornburg, autor también de la magnífica Cutter y Bone, narra de manera seca, sin adornos, con una profundidad psicológica brutal. Otro de esos magos que consiguen trasladar a la acción todo lo que piensan los personajes, moldearlos a través de sus actos, su apariencia y su relación con el espacio que habitan.

Todo indica que el chico se ha suicidado, pero su padre se resiste a aceptarlo y viaja a Santa Bárbara para saber. Como los detectives clásicos, el protagonista se mueve por un ansia de conocer la verdad, alejar la vida de su hijo de ese fantasma del suicidio. Hook –un granjero atípico, ateo, culto, pero con todo ese orgullo de su tierra– desea entender, y tiñe ese deseo con un toque de venganza. Esa descripción de las retorcidas relaciones de poder, el clasismo y los tabús sexuales de la costa Oeste de los años setenta recuerda al espíritu del mejor Raymond Chandler. Pero han pasado cuarenta años entre un escritor y otro, y se nota. Una magnífica novela con la siempre impecable traducción de Inga Pellisa y otro escalón de la colección Al Margen de la editorial Sajalín en su camino hacia que compremos cualquier libro que saquen.

La fabulosa taberna de McSorley. Joseph Mitchell. Jus

“En una ciudad como Nueva York, donde tan tentador es alzar la mirada, Mitchell prefería mantener la suya a ras de suelo, dirigirla hacia los ciudadanos anónimos que habían hecho posible la construcción de aquellos rascacielos y a menudo se veían catapultados hacia los márgenes por una maquinaria feroz”, escribe el traductor Alejandro Gibert Abós en el prefacio de La fabulosa taberna de McSorley y otras historias de Nueva York. Mitchell, Joseph Mitchell. “Diría mucho en favor de nuestras facultades de Periodismo que pusieran este libro como lectura obligatoria”, escribe Juan Bonilla. “Casi cualquier libro que lleve la palabra ‘taberna’ en la portada nos gusta”, dijimos nosotros al sacarlo de la caja.

Mitchell fue un sureño que llegó a Nueva York en 1929, a punto de que estallara el gran crack económico, aquel de los directivos –pocos– tirándose por las ventanas de los rascacielos. Dominaba el lenguaje, vestía elegantemente y tenía un oído fino, una capacidad de escucha para el argot y para interesarse por historias de todo tipo. Era un buen periodista. Hizo de todo hasta que entró a finales de los años treinta en el New Yorker, y sobre su figura se erigió gran parte del prestigio que hoy mantiene. Escribía sencillo, contando, utilizando más verbos que adjetivos, posicionándose en un lugar cercano pero no demasiado próximo. Retrató a toda la bohemia –la auténtica– neoyorquina, y también a la propia ciudad: un laberinto lleno de refugios, de locos y genios, de pobreza y de brillo. Le regaló a la urbe una prosa –puro ritmo y punto de vista– que le sentaba como un guante.

Sólo conocíamos en España su doble reportaje El secreto de Joe Gould, aquella historia sobre el Profesor Gaviota, un mendigo que –él sí– parecía estar escribiendo la gran novela americana. Su historia da un giro después de publicarla en 1965: a partir de ahí y hasta su muerte, en 1996, fue incapaz de escribir una sola línea. El New Yorker lo mantenía como una especie de tótem emérito, pero nunca volvió a publicar nada. La editorial Jus ha reunido sus mejores crónicas, algunas obras de corte autobiográfico y unas narraciones paródicas sobre la zona del sur de la que provenía. No podemos estar más agradecidos.

Europa central. William T. Vollmann. Mondadori

Random House reedita Europa Central, la novela con nazis de William T. Vollmann. La había publicado Mondadori en su momento y unos años después no se encontraba ni de segunda mano. Después de La Familia Real –la enfermiza inmersión en el Tenderloin, ese barrio de venéreo contrabando que hay en todas las ciudades (como cantaba Siniestro Total)– este va a ser nuestro tocho del verano. Dimitri Shostakóvich, Hitler… personajes ficticios y reales, en una novela que hace un estudio del género humano en una situación límite, la Segunda Guerra Mundial, y la gramática parda de los estados totalitarios. Vollmann, ahí vamos. Traducida por Roberto Falcó y Gabriel Dols.

El club de los mentirosos. Mary Karr. Periférica

“Cuando el destino te pone en bandeja unos personajes así, ¿para qué inventar nada?”, escribe Mary Karr en el prólogo de El club de los mentirosos, la nueva apuesta de esa alianza que tan bien les está funcionando casi siempre a las editoriales Periférica y Errata Naturae: el rescate de libros autobiográficos escritos por mujeres, ambientados en un pasado que retrata épocas paradigmáticas del siglo XX, en este caso una familia media americana en los años sesenta. Karr encontró el tono adecuado al airear los trapos sucios de una familia, la suya, dada a la bebida y al uso alegre de las armas de fuego: sus dramas pasan por un filtro que los hace tremendamente divertidos, muy humanos en sus constrastes. Ese tipo de humor que disfrutaste en A dos metros bajo tierra. El capitalismo rampante y sus resacas, ese es el campo donde Karr entierra su cuchillo. Ojito con él. Empieza a leerlo. Traducción de Regina López Muñoz.

Con rabia. Lorenza Mazzetti. Periférica

Empiezas a leer Con rabia, de Lorenza Mazzetti, y te das cuenta de que ahí ocurre algo. Te das cuenta de que la actitud rebelde de esa joven protagonista zarandeada por el pasado tendría que ser la norma y no la excepción, que sus abrasadoras ganas de sentir y vivir deberían habitar en nuestra piel muy por encima de todos esos disfraces de convenciones e hipocresía que parecen anclarnos mentalmente en el siglo diecisiete. Mazzetti se convierte en Penny, una chica que vive sola en Florencia con su hermana gemela Baby, después de que los nazis mataran a sus tíos y primas, su familia adoptiva, una experiencia que la autora ya narró en El cielo se cae. Asumir el dolor, seguir viviendo, aspirar a una pureza que demuestre que de verdad merece la pena hacerlo. “He aquí mi tristeza, mi inmensa desilusión de amor: el mundo entero me ha desilusionado”, escribe en una frase que subraya su traductora, Natalia Zarco. Publicada en 1963, Mazzetti –una de las fundadoras del movimiento Free Cinema británico– escribe con una intensidad que te desarma. Ya tenemos lectura para el fin de semana. La edita Periférica.

Mejor la ausencia. Edurne Portela. Galaxia Gutenberg

Del tema Cataluña no paran de llegar ensayos y del País Vasco nos siguen llegando novelas. Tal vez la ficción necesite un tiempo, una perspectiva, sobre lo que ocurre cuando una sociedad se fractura, la decantación de los discursos desde la esfera política hasta lo íntimo. Patria, de Fernando Aramburu, quedará como la novela que aglutinó en el momento oportuno un deseo de cerrar heridas sobre el conflicto vasco. Pero hay más voces. Edurne Portela investigó en El eco de los disparos la representación de la violencia en el cine y la literatura. Ahora acaba de publicar Mejor la ausencia, una historia ambientada en los “años de plomo”, entre finales de los setenta y principios de los noventa, la desintegración de una familia de la margen izquierda de la ría del Nervión.

Portela escribe con nervio, con una contundencia áspera, como cabe esperar de un entorno tomado por la heroína, el alcoholismo, las pintadas rabiosas, la kale borroka, la desindustrialización, ETA, los GAL… una imagen de callejón trasero y sin salida. Todo visto a través de los ojos de una niña que crece desde los cinco hasta los dieciocho años. De fondo, una pregunta: ¿Qué significa vivir en un contexto violento? ¿Cómo afecta la violencia a nuestra formación?La publica Galaxia Gutenberg.

Taxi. Carlos Zanón. Salamandra

Si Jim Jarmusch volviera a hacer la película Noche en la Tierra –aquella maravilla de relojes y miradas por el retrovisor al ritmo de Tom Waits–, tendría que incluir una historia nueva: la de un taxista llamado Sandino que pilota por Barcelona. Sandino no es su verdadero nombre, se llama Jose. Jose, no José. Y es el personaje de Taxi, la nueva novela de Carlos Zanón, un paso más en una trayectoria dedicada a colocar a los hijos de la clase obrera ante el laberinto de esquivas posibilidades que ofrece el futuro en general y la ciudad, Barcelona, en particular. A los hijos carismáticos y obcecados de la clase obrera, a los que todavía no han terminado de pelear con su pasado y ya se los está comiendo el presente. Gente como el de aquella canción de Los Enemigos titulada ‘El Ring’: “Y no has visto el lío hasta que te lo has tragao. Eres de los que cuando hace frío acaban por quemarse con el fogón”.

Sandino es uno de esos capaz de llorar ríos por la letra de una canción –cry me a river– y quedarse absolutamente frío cuando muere su abuela. Una personalidad construida a partir de lo visto, lo leído y, sobre todo, lo escuchado. El taxi es lo que tiene, se oye de todo. A Sandino le hubiera gustado ser escritor, pero no, está ahí en el taxi, como su padre y su hermano. Pero lo que sí hace es leer. “Leer por leer. Leer por no pensar. Leer por no recordar que ya no lee para escribirlo luego, de otra manera”. Taxi es un recorrido por una semana en la vida de un hombre huyendo hacia adelante, haciendo la goma con el pelotón de la madurez y del sentar la cabeza. Una novela de madurez, en todos los sentidos.

Tal vez sea Carlos Zanón uno de los escritores actuales cuyo estilo es más reconocible. En la primera página, ya sabes que estás en un libro suyo. En la treinta, pongamos por caso, piensas de qué va a escribir las trescientas y pico restantes. No escatima: su texto es a la vez acción, descripción y puñetazo simbólico. Construye una novela gorda como si estuviera escribiendo un artículo de una página. Que los personajes estén cincelados y hablen de una forma que los hace tan verdaderos, que las tramas sean lo menos importante y que aflore una melancólica pero combativa identidad de clase… eso ya viene de serie, es Carlos Zanón. Ha dejado dicho que no es una novela negra: el único signo de violencia física hasta la mitad de la novela es que a Sandino le arrancan un retrovisor del Toyota. Pero es una novela que los de negra la leerán como negra, los de Barcelona dirán que la ciudad es un personaje más y la mayoría diremos que es simplemente muy buena. Editada por Salamandra.

Siempre hemos vivido en el castillo. Shirley Jackson. Minúscula

La editorial Minúscula presenta la segunda edición, con nueva portada, de Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, una novela que te va a hacer pasar muy buenos ratos recordando esos cuentos de brujas, esos escalofríos que tanto han aclamado autores como Stephen King, Lethem o Neil Gaiman.

El libro de la fama. Lloyd Jones. Gallo Nero

Abres El libro de la fama, de Lloyd Jones, y piensas que vas a encontrarte una especie de reportaje periodístico-narrativo sobre la primera encarnación del equipo de rugby con más carisma de la historia, los All Blacks, la selección nacional de Nueva Zelanda. De cómo en 1905 viajaron desde su isla hasta Inglaterra y ganaron un montón de partidos. Y eso ya estaría bien. Pero empiezas a leer y no es eso, no es solo eso. “Como no estábamos en ningún lugar concreto, ni teníamos tradiciones que seguir, podíamos ser lo que nos viniera en gana”, dice ese protagonista colectivo después de zarpar.

Los peligros de fumar en la cama. Mariana Enríquez. Anagrama

Las cosas que perdimos en el fuego fue uno de los mejores libros de cuentos de un año, el pasado, con libros de cuentos especialmente buenos. Esa mezcla de proximidad y terror le ha valido a Mariana Enríquez, por ejemplo, el premio al mejor libro de ficción del blog colectivo Estado Crítico –gente con criterio– y que Anagrama haya recuperado su anterior obra, Los peligros de fumar en la cama, también de relatos, más cercanos a la arquitectura fantástica. La argentina practica el periodismo cultural –es editora en uno de los mejores suplementos culturales en lengua hispana, Radar, en Página/12– y la literatura sutilmente desasosegante. En esta entrevista dialoga con Helena Hevia sobre sus referentes y aquí con su compatriota Leila Guerrero, a la que le dice que a su psicoanalista no le cuenta sus pesadillas: “no quiero que me las saque”. Afortunados de que nos las cuente a nosotros.

La uruguaya. Pedro Mairal. Libros del Asteroide

Leila Guerriero dice de Pedro Mairal que es uno de los mejores escritores latinoamericanos. Libros del Asteroide publica La uruguaya, una novela breve que relata un día en la vida de Lucas Pereyra, un escritor que acaba de cumplir cuarenta e intenta sacudirse todas las crisis personales pasando un día en la vecina Montevideo, lejos de su familia, con una amiga. Ocurre que Guerra es un ángel y que el amor adelanta a la amistad. Con un estilo brillante y un humor omnipresente, Mairal nos habla de la crisis de pareja y también del resultado parcial de ese partido interminable que juegan Quienes-Somos contra Quienes-nos-gustaría-Ser. El árbitro es casero.

A través de la noche. Stig Sæterbakken. Mármara

La joven editorial Mármara, un sello creado por libreros que han dado el paso de recomendar libros a construirlos, acaba de lanzar uno de esos títulos de los que, tal vez, sólo vendamos veinte. Pero esas veinte personas van a venir a por más. A través de la noche es una oscura y magnífica novela de un oscuro y magnífico Stig Sæterbakken, un escritor noruego desconocido y suicida. Desde la primera página se mete de lleno en las miserias de la vida familiar, coquetea con el género de terror y no deja de asombrar de qué manera puede tratar lo auténticamente trágico y lo cómico. Si Karl Ove Knausgaard es un fenómeno mundial, déjanos que Sæterbakken sea esta semana un pequeño fenómeno entre nosotros. Traducido por Cristina Gómez-Baggethun y Øyvind Fossan.

El muro de las tormentas. Ken Liu. Alianza Editorial

Ya está aquí la segunda parte de una de las series de fantasía épica que estamos siguiendo con más interés. El muro de la tormentas, de Ken Liu, da continuidad a La Gracia de los Reyes, dentro de la trilogía de la Dinastía del Diente de León. Si en el primer libro nos llevaba directamente a la revolución contra la tiranía del emperador de las islas de Dara –utilizando una técnica y ambientación de homenaje al steampunk que él bautizó como silkpunk–, ahora el emperador Kuni Garu debe gobernar el territorio y hacerlo conforme a sus ideales de justicia, pero también conservar el poder en una lucha contra sus enemigos planteada a largo plazo. Un tocho de novecientas páginas con traducción de Francisco Muñoz de Bustillo y que publica Runas, el sello fantástico y terrorífico de Alianza Editorial.

Ringolevio. Emmett Grogan. Pepitas de Calabaza

“No puedo explicaros quién era Emmett, y este libro tampoco lo hará. Es como él: parte real, parte ficción, mucha angustia y humor, mucha clarividencia y algunas bobadas. Emmett te decía lo que pensaba. Era íntegro. Era un hombre, extremo y contradictorio, beligerante y amable, carismático y autodestructivo, que quería hacer de sí mismo un héroe”, escribe Peter Coyote en la introducción de Ringolevio, una autobiografía de Emmett Grogan. Ringolevio es una especie de versión extrema, callejera y neoyorkina del clásico juego infantil de policías y ladrones. Grogan fue un enigma del underground americano, un tipo alto, con mueca burlona y que aquí se expone a sí mismo y a todas sus contradicciones. De las pandillas a la heroina, de ladrón de guante blanco al IRA. Un pieza. Pepitas de Calabaza lo publica por primera vez íntegramente en español, con traducción de Julio Monteverde, después de que fuera censurado por el franquismo.

Clavícula. Marta Sanz. Anagrama

Hemos leído Clavícula, la nueva obra de Marta Sanz, y también hemos leído la reseña de Edurne Portela en La Marea: “Marta Sanz despliega una poética de la fragilidad que marcará un antes y un después en su obra y en eso que se ha venido llamando ‘narrativas del yo’. Su escritura rezuma dolor y verdad. Y sin embargo, como dice ella acordándose de Sarinagara de Philippe Forest, también rezuma vida y posibilidad, catarsis y juego, luminosidad y humor. Escritura ‘como deporte de riesgo’. Un riesgo que, sin duda, merecerá la pena a sus lectores”. Firmamos debajo. Sanz junta formatos, habla de sí misma y habla de todos, habla de la mujer, del trabajo, de la explotación, de la culpa, de la enfermedad y del dolor real. A ratos novela, a ratos diario, a ratos ensayo. Siempre con ese humor negro que se gasta.

La hora atómica. Rubén Lardín. Fulgencio Pimentel

“El maldito lenguaje se impone siempre a la experiencia y al momento. Si al menos pudiera someter la realidad a él, darle alguna sintaxis…”. Podría decirse que la obra narrativa de Rubén Lardín –casi siempre breve y como medio escondida en rincones secundarios del “mundo editorial”– es esa constante lucha entre la experiencia y el lenguaje, el esfuerzo por nombrar desde unas palabras y una sintaxis que no estén ya contaminadas por el barrillo que va dejando lo mal que lo vivimos y lo pensamos todo. “Escribo para no parecerme a nada, pero luego está el tema de que la carta hay que saber jugarla, hay que interpretarla y darle lugar”, dice en algún fragmento de La hora atómica, una recopilación de sus entregas semanales a la desaparecida revista online El butano popular. Fulgencio Pimentel los recupera ahora eh un tomo tan escurridizo que no tiene ni el nombre en la portada. “Rubén Lardín no es nuestro contemporáneo, nosotros somos los suyos”, dice Javier Pérez Andújar. Tremendo acierto.

Los cinco y yo. Antonio Orejudo. Tusquets

“Menuda juerga”, titula Daniel Ruiz García su reseña de Los cinco y yo, el nuevo libro de Antonio Orejudo. Un protagonista que reconstruye lo que relata una (seguramente supuesta) novela de Rafael Reig titulada After five: los protagonistas de Los cinco se han hecho mayores y andan por ahí viviendo otras aventuras. ¿Ejercicio nostálgico? Cero. Más bien, Orejudo se tira a sí mismo generacionalmente de las orejas por la nula presencia de los nacidos en los sesenta en lo que ha pasado en este país en los últimos veinte años. ¿Ejercicio metaliterario? Mucho. “En realidad, todo este artificio desplegado responde a una especie de pérdida de fe en la ficción”, afirma en El Mundo. ¿Provocación? Mucha. ¿Ese estilo libérrimo y la sensación de que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento? Por supuesto. ¿Crítica? A raudales. ¿Humor? “Estoy hasta los huevos del humor”, dice.

El hombre que hablaba serpiente. Andrus Kivirahk. Impedimenta

Impedimenta traduce al estonio Andrus Kivirähk con una novela que ha cosechado algunos premios importantes, El hombre que hablaba serpiente, la historia de un chico que vive en el bosque y es el único hablante del serpéntico, un idioma que pueden entender los animales. Kivirähk hace un cóctel glotón con varias tradiciones narrativas, crea un mínimo mundo propio donde establece sus propias reglas y el resultado es un buen festín literario. Nos habla de formas de vida que desaparecen, de cómo dimos la espalda a la naturaleza al domesticarla y del poder de la palabra. Sobre todo de eso. La traducción es de Consuelo Rubio Alcover.

En busca de New Babylon. Dominique Scali. Hoja de Lata

En busca de New Babylon, de la canadiense francófona Dominique Scali. Un presunto reverendo que aparece en la cuneta con las manos cortadas, un pirómano, una mujer viajando hacia los límites, un ruso que había matado (probablemente a cien personas). Una estructura fragmentaria para una visión clásica de la frontera, de ese cruce entre lo civilizado y lo salvaje, entre la verdad y el mito, narrado con una ligera profundidad: prosa rotunda para una lectura adictiva. Hoja de Lata parece estar especializándose en este tipo de novela: un banquete de altura literaria para lectores ávidos de historias. Con traducción de Luisa Lucuix.

Oso vs Tiburón. Chris Bachelder. Automática

La pregunta es: “En un terreno de juego relativamente equilibrado (es decir, con suficiente profundidad de agua para que un Tiburón pueda maniobrar debidamente, pero no demasiada, para que un Oso pueda hacer pie y manejarse con su característica destreza), ¿quién ganaría un combate entre un Oso y un Tiburón?”. Esa pelea va a celebrarse en la nación soberana de Las Vegas y hacia allí acude el señor Norman –un señor normal de clase media normal que vive en una casa normal en un barrio normal– con su familia, para aprovechar las cuatro entradas que ha ganado su hijo por escribir un ensayo sobre el acontecimiento. Bachelder recrea ese universo extraño que otros autores norteamericanos como Chuck Palahniuk ya nos habían descrito: una mezcla de violencia, espectáculo, gobierno de las corporaciones y sobreamplificación. Una nada muy fea cubierta por colores bonitos. El autor lo hace además con esa libérrima imaginación y sentido del humor de un Matt Groening, en un libro que avanza a ritmo de pequeñas píldoras corrosivas. El sentido cómico de Bachelder sobre lo cotidiano ya quedó demostrado en A propósito de Abbott, una novela sobre los conflictos de la paternidad publicada por Libros del Asteroide. Oso vs Tiburón lo edita Automática con traducción de Enrique Maldonado Roldán.

El ejército de los sonámbulos. Wu Ming. Anagrama

El Ejército de los Sonámbulos es la nueva novela del colectivo italiano Wu Ming, anteriormente conocido como Luther Blissett. Está ambientada en París en enero de 1793, cuando Luis XVI está a punto de ser guillotinado y la revolución francesa entra en un momento crítico. Orphée d’Amblanc es un médico discípulo de Mesmer –el padre de la hipnosis moderna– que va a investigar extraños casos de sonambulismo con la sospecha de que los contrarrevolucionarios monárquicos han puesto en marcha una especie de ejército de personas dormidas pero despiertas. Las páginas que hemos leído van por donde suele ir Wu Ming: una desinhibida y bien documentada mezcla de novela histórica y folletín de aventuras que te hace reflexionar sobre el poder y la violencia mientras pasas a la página siguiente.

Las niñas prodigio. Sabina Urraca. Fulgencio Pimentel

Si buscas a Sabina Urraca en Internet enseguida te sale el enlace a su célebre reportaje en El Estado Mental sobre el viaje que compartió en Blablacar con un poco ilustre satélite de la familia real. O sobre cuando se retiró a una casa de descanso con carácter sectario. El de su quedada con el tío que la había insultado a través de las redes sociales. Sus crónicas en primera persona en Vice. Su escritura se ha ido construyendo en publicaciones online, una autoficción pura y dura que cada vez ha ido encajando mejor con las formas de hacer periodismo que necesitan romper las barreras con el lector. No son nuevas formas, pero Sabina las ha interpretado muy bien. Fulgencio Pimentel publica Las niñas prodigio, una novela donde está todo eso: lo parcialmente biográfico como punto de partida para lo extraño, lo raro que es vivir, una desencasillada exploración de lo femenino. Una obra turbadora y que encaja como un guante en esa colección de grandes talentos españoles que está poniendo en marcha Fulgencio Pimentel.

Japón perdido. Alex Kerr. Alpha Decay

La tensión entre la tradición y la modernidad es uno de los temas recurrentes al enfrentarnos a la cultura japonesa. Y todo parece indicar que las luces de neón y la vida masificada y urgente va ganando por goleada a los ritmos que se apreciaban en aquella construcción simbólica de la luz filtrándose en las viviendas de la que hablaba Tanizaki o de la ceremonia del té. El país que más radicalmente ha cambiado en menos tiempo. Japón perdido es un muestrario de lo que ha quedado por el camino. Alex Kerr es un norteamericano que reside allí desde finales de los setenta y está desplegando una intensa actividad de preservación de los bienes, tangibles e intangibles, de la cultura que le fascinó cuando viajó por primera vez al país. Cada capítulo del libro está dedicado a una faceta cultural distinta, analizando su origen y también el auge y caída de su implantación. Una mezcla de exaltación de lo único y la tristeza por su pérdida, y una reflexión acerca de cómo se construye el progreso y a qué precio. Empieza a leerlo.

Hombres varios. Ror Wolf. ContraEscritura

Ror Wolf (Saalfeld, Alemania, 1932) escribe Hombres varios, el nuevo libro de Contraescritura. Lo traduce José Aníbal Campos, que estará presentándolo aquí el 26 de octubre. Una colección de relatos que entran y salen de la vida de sus personajes, haciendo de la fragmentación y la discontinuidad, del anticlímax, una de sus señas de identidad. “Ror Wolf rompe todos los pactos tradicionales entre narrador y lector, pero no para incomodar a este último con experimentos infructuosos, poco verosímiles, eruditos y, a la larga, soporíferamente aburridos, sino para devolvernos la esencia de ese estímulo a la inteligencia (a la noble y distinguida, pero no cándida inteligencia) que llamamos literatura”, escribe José Aníbal. El cuaderno de trabajo donde fue traduciendo pieza a pieza estos “anticuentos” es una pequeña obra de arte con collages, notas y textos.

Ópera flotante / El final del camino. John Barth. Sexto Piso

Sexto Piso recupera dos títulos inencontrables del imprescindible John Barth. La ópera flotante y El final del camino son sus dos primeras novelas, que la editorial mexicana presenta ahora en un solo volumen y con traducción de Mariano Peyrou, que ya se había encargado de Giles, el niño cabra. Barth todavía no había explorado aquí ese estilo posmoderno y juguetón que lo ha convertido en una referencia para la narrativa norteamericana, pero son dos notables novelas teñidas de un nihilismo y un fatalismo existencialista que evoca el clima de posguerra –La ópera flotante se publicó en 1956– y la literatura de Sartre y Camus, referencias siempre bañadas por ese humor e ironía que fueron siempre su sello. Una gratísima noticia que los seguidores del autor de El plantador de tabaco.

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